La pasión
- Matías Pay
- 29 jul
- 6 Min. de lectura

Pocas cosas identifican nuestra cultura gastronómica como el dulce de leche. Por eso, te cuento la historia de dos inmigrantes que decidieron fabricar este manjar en tierras europeas y hoy dominan el mercado.
"Te das cuenta Benjamín, el tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín. No puede cambiar de pasión".
En una escena memorable de “El secreto de sus ojos”, Pablo Sandoval (Guillermo Francella), un empleado judicial alcohólico y algo extraviado, le da la pista a Benjamín Expósito (Ricardo Darín), sobre la potencial ubicación del asesino buscado. En este caso, su pasión era un club de fútbol, Racing, por eso no sería difícil encontrarlo en una de las tribunas del estadio de la Academia cuando jugara su próximo partido de local.
Pero si bien ese argumento es funcional a la historia y forma parte de la mística futbolera de Argentina, la pasión se puede sentir por muchas cosas, no sólo por un club de fútbol. La pasión se puede sentir por la práctica de un deporte, un pasatiempo o actividad como escuchar música o tejer, por coleccionar determinados objetos e incluso por una ideología. La pasión es un sentimiento intenso y profundo que suele motivar a las personas a perseguir un interés con entusiasmo.
Es verdad que, como señala Sandoval, la pasión por tu equipo de fútbol del cual te hiciste hincha durante la infancia y te acompañó durante tus primeras etapas de vida, no suele cambiar. Pero hay otras pasiones que aparecen y desaparecen o al menos varían su intensidad según el momento de vida que la persona está atravesando.
Confieso que mi pasión por Boca hoy está domiciliada en la Base Marambio y pasan semanas sin enterarme de los resultados de sus partidos. En cambio, en estos últimos meses hubo una pasión que creció como masa con levadura un día de humedad: la pasión por el dulce de leche.
Los primeros meses en Sicilia reemplacé el manjar rioplatense por la nutella, pero el paladar y mi memoria emotiva me pedían otra cosa. Y otra vez lo mismo: cientas de páginas web venden dulce de leche, pero el problema es encontrarlo a un precio justo.
Ya en España la cosa fue distinta. El dulce de leche es un producto que suele estar en las góndolas de la mayoría de los supermercados. Pero eso sí, el mercado está dominado por dos marcas cuyos dueños son argentinos inmigrantes que hace muchos años comenzaron como importadores y luego se convirtieron en fabricantes.
Mardel cordobés
Con 22 y 28 años, los hermanos Alejandro y José Caro Bollo dejaron Argentina en 1985, empujados por la inestabilidad económica y la inflación. Como destino eligieron Barcelona y como sucede habitualmente con los inmigrantes, los primeros años trabajaron de cualquier cosa. En 1992 comenzaron a importar dulce de leche desde Argentina y entre sus clientes pudieron contar con El Corte Inglés, una de las empresas de venta de productos y servicios en grandes superficies más reconocidas de España, que incluye hipermercados.
En 1997 la Unión Europea prohibió la entrada de productos lácteos de Argentina y este hecho fue el puntapié para que decidieran elaborar su propio dulce de leche en España. Montaron la fábrica con máquinas compradas en Argentina y cuando estaban listos para producir se dieron cuenta que no sabían cómo hacerlo. Por eso, contrataron a un experto argentino especializado en técnicas lácteas y lo trajeron a España.

En el 2000 produjeron 20 mil kilos y 14 años después ya vendían 1 millón y medio de kilos anuales, lo que significó una facturación de 6 millones de euros. Y no han parado de invertir por lo que su producción sigue en aumento. Además de España, venden dulce de leche a 37 países entre los que destacan Estados Unidos, Filipinas y muchos de Europa. Sus canales de distribución son los supermercados, pero también venden a hoteles, restaurantes, cafeterías y fábricas de helados.
Es indudable que el nombre de la marca hace referencia a la excelencia dulcera de Mar del Plata, famosa por su dulce de leche y alfajores. Sin embargo, los hermanos Caro son más cordobeses que la Mona Giménez.
“Les solucionamos los problemas de nostalgia gastronómica a los argentinos que están en el exterior”, declararon hace unos años. Y su cenit marketinero llegó hace 10 años cuando Lionel Messi publicó una foto tomando mate y comiendo tostadas con dulce de leche Mardel en su casa de Castelldefels.
El dulce de leche Mardel puede encontrarse en la mayoría de los supermercados a un precio de 3,30 euros el frasco de 400 gramos (unos 5.000 pesos). También producen alfajores. Tuve el placer de probar el de chocolate negro y se parece bastante al alfajor marplatense.
Y para ganar al consumidor europeo han comenzado a fabricar bombones, panettone, dulce de batata, esencia de vainilla, helados y magdalenas. En la mayoría de ellos, el dulce de leche es el protagonista principal.
Segundo, Francia
El segundo dulce de leche más vendido en Europa es Chimbote, fabricado en la región de Picardía, al norte de Francia.
La empresa fue fundada en 1990 por el porteño Gonzalo Cruz, que en 1985 –tras sufrir disritmia cerebral por estrés- y con sólo 21 años decidió pausar su carrera de Filosofía y viajar por el mundo. Primero recorrió la costa del Pacífico de Latinoamérica hasta que llegó a California. De allí voló a Europa y en Francia se enamoró de una mujer quien se convertiría en la madre de sus hijos. En un viaje a Buenos Aires, ella no sólo probó el dulce de leche sino que también comprobó lo que este manjar significa para la cultura gastronómica argentina.
Tras volver a Francia, ofrecieron dulce de leche a sus amigos y a todos les encantó. Pensaron en importar, pero por la crisis económica argentina el proceso no ofrecía garantías. Y en ese momento se encendió la chispa: “¿Y si fabricamos dulce de leche en Francia?”.

Gonzalo llevó a su país adoptivo a su hermana que acaba de recibirse de ingeniera industrial, y juntos eligieron instalarse en la cuenca lechera francesa, en la frontera con Bélgica. La empresa se llamó La Franco-Argentine y su dulce de leche insignia se llama Chimbote, el cual puede encontrase en las góndolas de los supermercados españoles Mercadona a 2,89 euros (unos 4.300 pesos argentinos).
"Debía llamarse La Franco Argentine, honrando a los inmigrantes del siglo anterior que traían su Francia a la Argentina, al revés de lo que yo estaba haciendo, permitiendo a los franceses descubrir un ícono de Argentina como es el dulce de leche", declaró el empresario hace unos años.
Para ganarse el paladar europeo (nuestro dulce de leche les parece demasiado empalagoso) sacó al mercado numerosas variedades bajo el nombre de Raffolé. También fabrica alfajores, bollería, tapas de empanadas y hasta pan de miga. Además, importa a Francia vinos argentinos, yerba mate y hasta los biscochos Don Satur.
Gonzalo Cruz no sólo rinde homenaje a los inmigrantes franceses que llegaron a Argentina en el siglo pasado, también lo hace con Mar del Plata. O al menos eso creo porque antes de que a él se le ocurriera fabricar dulce de leche en Francia (más precisamente desde 1937) en “La Feliz” ya existía una fábrica con el mismo nombre: Chimbote.
Con los años, Cruz pudo crear un departamento de marketing que fuera más creativo y así evitar copiar nombres de marcas argentinas. Su principal invención fue el dulce de leche “La Concha”, y en la etiqueta del frasco agrega “como el de tu madre”. Y eso no es todo. Lo promocionan como un dulce de leche “picante, afrodisíaco, envolvente y lujurioso”. Confieso que no lo he probado, pero no quiero ni imaginarme lo que pasaría si se vendiera éste dulce de leche en Argentina, donde se consumen 3,2 kilos por año por persona.

La exportación de dulce de leche argentino es de sólo el 10% de su producción y gran parte de la misma tiene como destino países de Latinoamérica. En Europa, Mardel y Chimbote pueden dormir tranquilos ya que existen normas que protegen la producción local y trabas a la importación libre de productos por fuera de la Unión Europea. Pocas marcas han logrado pasar los controles de calidad y las intervenciones burocráticas, como Havanna o San Ignacio, que suelen conseguirse en tiendas especializadas.
Para los fundamentalistas de la argentinidad lamento informarles que el dulce de leche no se creó en nuestras pampas por error de una cocinera, mientras se celebraba una reunión entre Juan Manuel de Rosas y Juan Lavalle allá por 1829.
Originalmente el dulce de leche se comía y se preparaba en Indonesia, en el sudeste asiático, y de allí fue llevado a las Islas Filipinas, alrededor del siglo VI. Desde Filipinas, que a mediados del siglo XVI cayó bajo dominio español, se exportó el manjar a América.
Lo que sí podemos asegurar es que sólo en Argentina (y Uruguay) el dulce de leche se ha convertido en un emblema gastronómico y cultural capaz de generar las más alocadas pasiones.
Se lo llama dulce de leche en Argentina, Uruguay, Bolivia, Paraguay, Puerto Rico, República Dominicana, Ecuador y algunas partes de Colombia y Venezuela. Pero también recibe el nombre de arequipe en otras partes de Colombia y Venezuela y Guatemala. Se lo denomina manjar en Chile y manjar blanco en Perú y en la ciudad colombiana de Cali. Cajeta se lo llama en México y fanguito en Cuba.
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